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«Esto es un tesoro para el bien común»

EL SOFTWARE LIBRE, UNA TENDENCIA QUE PUEDE CAMBIAR SOCIEDADES ENTERAS

El concepto ideado por Richard Stallman tiene sólidos seguidores en
Argentina, donde Solar, Vía Libre, Gcoop, Nómade, la Escuela San
Cayetano y programadores particulares abren la ventana a todo un
universo nuevo. No todo es Microsoft.

Artículo extraído de Pagina/12,  escrito por Facundo García

Corrían
los ochenta y los muchachos del Instituto Tecnológico de Massachusetts
sacudieron sus melenas de alegría al recibir una nueva impresora. Desde
su oficina, cada uno empezó a mandar los documentos que quería tener en
papel. El chasco llegó al descubrir que no pasaba mucho sin que las
hojas se atascaran sin aviso, lo que obligaba a prestar excesiva
atención a algo que debía ser simple. Entonces Richard Stallman, un
fanático de la ciencia ficción que hablaba de las computadoras como si
fueran novias, solicitó a los fabricantes que le mostraran qué programa
utilizaba el armatoste, para poder modificarlo de forma que avisara
cuando las tareas se interrumpían. Le dijeron que eso era un secreto
comercial. Ese fue uno de los nacimientos míticos del movimiento del
Software Libre (SL), una iniciativa global que busca que el
conocimiento esté al servicio de las necesidades de la sociedad, por
fuera de las restricciones que quieran ponerle los intereses privados.

De manera que no, no se trata de una cofradía que se dedique a
destrabar impresoras. ¿Qué quieren los que se unieron a Stallman?
Básicamente, que cuando una persona adquiera un programa para la
computadora, tenga la posibilidad de ver y estudiar cómo funciona,
ejecutarlo para lo que quiera, adaptarlo como le guste y distribuirlo
manteniendo esas mismas condiciones. Eso, que parece una afirmación
puramente técnica o legal, tiene implicaciones de largo alcance. Al
menos así lo cree Verónica Xhardez, antropóloga y miembro de la
Asociación Civil Software Libre Argentina (Solar). “Somos parte de un
movimiento social muy amplio por la liberación de la cultura, que
incluye también proyectos como Wikipedia. Lo que pasa es que hemos
elegido el campo de la informática porque en un futuro cercano será el
factor que articule la distribución de los productos de las industrias
culturales, la comunicación y quién sabe qué más”, sostiene.

Nueve de cada diez computadoras del mundo funcionan con soft
privativo, que usualmente impone límites a las copias, imposibilita
alteraciones e incluso impide averiguar a ciencia cierta qué está
haciendo la máquina mientras uno se duerme esperando que abra un
archivo. Eso es consecuencia de la forma en que están “licenciados”
esos programas. Rewind: los propietarios de los programas los licencian
bajo diversas condiciones, en un régimen que va desde una apertura
máxima a los intereses de los demás hasta la cerrazón casi absoluta. A
veces los que cercan sus obras son tipos de a pie, que tienen la
esperanza de convertir su tecleo en un plato de ravioles; pero las
técnicas más sofisticadas para mantener los límites provienen de las
corporaciones. En contraste con ese amarretismo tech, Xhardez se
apresura a revelar que lo que ella encontró en el SL es muy parecido a
una “economía del don”. “Noté que en este ambiente el que más da –el
que más información comparte, el que más colabora con los demás– es
también el que más recibe”, confiesa.

Eso vale especialmente para los que programan. Hace unos años Martín
Lima –hacker de treinta y pico, barba roja de vikingo– sintió que
Windows no le daba el espacio de creatividad que él estaba precisando.
Se metió en foros de discusión y decidió cambiar su sistema operativo
por uno libre, GNU-Linux (ver recuadro). Ahí se ilusionó más, pero ése
no fue el giro definitivo. “El volantazo vino cuando acepté un laburo
en una empresa que me había hecho un encargo dificilísimo”, rememora.
“Necesitaba el trabajo, así que pedí ayuda a la comunidad de Soft
Libre. Esa misma tarde tenía decenas de desconocidos de diferentes
países ayudándome, de onda. Su solidaridad me partió la cabeza.”

La perfección de un programa “liberado” suele ir en aumento a medida
que los involucrados se atreven a toquetearlo y se comprometen con las
mejoras. Como si imitaran la técnica de las hormigas –que, de a miles,
refuerzan con un olor especial la senda que conduce a la comida–, hay
casos en los que innumerables colaboradores van despejando paso a paso
el caminito hacia una herramienta mejor. Un ejemplo emblemático es el
de Mozilla Firefox, el navegador que le está peleando el liderazgo al
Explorer y que en su último lanzamiento batió un record mundial, con
más de ocho millones de descargas en veinticuatro horas.

El soft también se escribe

A Federico Heinz, de la Fundación Vía Libre, se le nota el
entusiasmo cuando se entera de que esta nota se publicará en la sección
“Cultura y Espectáculos”. “Es que el software libre es cultura”,
enfatiza. “Es comparable al folklore, un tesoro que se acumula y que
puede aprovecharse para el bien común.”

–¿Pero qué relación encuentra entre programar y escribir un cuento o una novela?

–El soft también se escribe, es una forma de expresión. Es la
materia que encontró alguien para contar cómo resolvió un problema. Si
a la belleza de la matemática le agregaras elementos del narrar, quizá
obtendrías un lenguaje de programación. Qué lástima que la mayoría de
nosotros no está educado para percibirlo e ignoramos que en un grupo de
comandos de computación puede haber elecciones ligadas con la
elegancia, la estética, la ética…

–Es una “forma de expresión” que no tiene público maduro. Salvo excepciones…

–Y es gravísimo. Una persona está bien educada cuando exterioriza
ideas irrepetibles y propias –sus ideas– manipulando los símbolos de su
cultura. En el ámbito digital, eso se logra practicando programación,
una aptitud que se va a transformar en requisito para ser ciudadanos de
pleno derecho.

Cosa que ya se sospechaba a fines de los setenta. Entre dictaduras
fascistas y música disco, hubo intentos de llevar la programación a las
escuelas. El inconveniente que surgió muy pronto –incluso en los países
desarrollados– fue que a medida que los chicos agarraban viaje, los
docentes encontraban muy difícil seguirles el ritmo. Eso, combinado con
la creciente monopolización dentro del mercado del soft, terminó por
propagar un prejuicio que, como acusa Heinz, “denomina ‘computación’ a
una clase en la que sólo se enseña a usar procesadores de texto”.

Lo más grave es que esos malentendidos alrededor de la
“digitalización” impregnan espacios como la política y la
administración pública. Ni hablar de las propuestas que involucran a
ambas, como la del voto electrónico. Heinz invita a no comprar
espejitos de colores y opina que “quien ha abordado mínimamente el tema
es consciente de lo difícil que es controlar que en cien mil urnas se
instale el mismo sistema, y lo complicado que es asegurar un escrutinio
sin tener acceso a la arquitectura interna del programa que analiza los
resultados”. Por otra parte, nociones como la de “independencia
informática” no se han escuchado sino hasta hace poco. Si un gobierno
trabaja con SL, cualquier grupo de ciudadanos puede auditar sus
mecanismos; lo que sumado a la reducción de los costos y la
desvinculación de la influencia extranjera constituye una alternativa
concreta y democrática para los países del Tercer Mundo. En efecto,
Brasil, Ecuador y Venezuela ya están marcando tendencia en esa
dirección.

San Cayetano siglo XXI

Como tantos docentes de la provincia de Buenos Aires, Javier
Castrillo aprendió el arte de resucitar PC’s zombies. En 2006 convenció
al director de su escuela de hacer migrar la institución hacia el SL,
comprobó que los equipos viejos funcionaban al pelo –¡con herramientas
gratuitas!– y eso desató una catarata de avances que todavía no se
detienen. Fue en la Escuela de Oficios San Cayetano, perteneciente al
Centro de Formación Profesional 401 de Vicente López. Ahí, entre más de
cien muchachos de sectores populares –y casi sin apoyo oficial– empezó
a materializarse otra alternativa de crecimiento. “Reescribimos
programas para dictar los contenidos de los cursos que usaban software
privativo, y más también. Comenzamos a dar charlas y, con el
protagonismo de nuestros alumnos, articulamos diferentes proyectos en
otros colegios”, relata Castrillo.

Al profe no deja de asombrarlo la metamorfosis de los pibes: “En las
primeras clases, sienten que lo que toquen significará la destrucción
del aparato. Por el contrario, se les pide que metan mano todo lo que
quieran”. Entre los que están por egresar ya se nota el cambio de
actitud. “Al saberse miembros de una comunidad, dueños y partícipes de
una tecnología, sustentados por millones de amigos y no meros usuarios,
ganan un sentido de pertenencia y una autoestima que es difícil de
explicar”, asegura el hombre. En la página de la casa de estudios
(www.san cayetano.esc.edu.ar) se lee grande un apartado sobre soft
libre, y la premisa de “ayudar a despertar la conciencia del hombre en
todas sus dimensiones y a valerse por sí mismo, para ser protagonista
de su propio desarrollo”. Más claro, imposible.

Arte de la democracia

Desde Córdoba, la artista plástica y fotógrafa Lila Pagola confirma
que la marea libertaria está salpicando al arte. “En los noventa hubo
promesas tecnológicas que se cumplieron a medias”, reclama. “A mí me
interesaba que se brindaran espacios donde el arte fuera más
democrático, y fue así que en 2001 me decidí y empecé a tirar líneas
por este lado.” El grupo al que se incorporó Lila se llama Nómade y los
inconvenientes que enfrentó fueron un espejo de los obstáculos con los
que se enfrentan los artistas desde hace mucho. “En general –define–,
los colegas comprendían muy fácilmente la filosofía de este asunto. Lo
que les costaba era pasar a la práctica”. De ahí en adelante, el
combustible creativo salió de las ganas de experimentar con la compu y
de la actitud de búsqueda. “Si a la hora de soltar un mensaje te valés
de instrumentos modificables, te estás parando en la vereda del
espíritu crítico. En esa situación las propuestas estéticas salen casi
naturalmente”, redondea.

El Movimiento del SL recibe apoyo de la Unesco y se ha convertido en
uno de los polos de la lucha por la liberación de la cultura y la
modernización en materia de propiedad intelectual. Cada vez hay más
músicos, pintores, escritores, fotógrafos, académicos, etcétera, que
sueltan sus obras con licencias Creative Commons (en español, “Bienes
Comunes Creativos”), y generan espacios de resistencia favorecidos por
la expansión de la web. Con un quinto de la población mundial ya
conectada y un aumento en la cantidad de internautas que ronda el
cuarenta por ciento anual, el sueño de un diálogo global de
inteligencias nunca estuvo tan cerca. Ahora hay que estirar las manos y
hacerlo realidad.

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